Es nuestro quinto aniversario, cinco años de novios y llega
tarde, para variar. Miro el reloj de nuevo y siguen pasando los minutos, y más
minutos. Reza para que tengas una muy buena escusa, me digo, porque ésta no te
la perdono. Cinco minutos, sólo cinco minutos más y te juro que me la pagas.
Vuelvo a sacar el móvil del bolso. Con lo que me gustan los
bolsos grandes y resulta que los bolsos elegantes para noche o fiesta son tan
diminutos. ¿Qué pasa? ¿Qué a las salidas nocturnas se va sin dinero, sin móvil
y sin documentación? Y si ya quieres llevar maquillaje para retocarte, vamos,
como no te lo metas en el escote, y con los minivestidos de ahora, ten dos
buenas tetas y reza para que te quepa algo entre medias. Me río de la imagen de
una chica super arreglada con varias cosas cayendo del escote al mínimo
movimiento. Y ya han pasado los cinco minutos. No pienso llamarle para pedirle
explicaciones, que le den. Miro el móvil de nuevo y nada, un total de treinta y
cinco minutos tarde, ni uno más. Apago el móvil y lo vuelvo a meter en el
bolsito de muñecas. Camino paralelo al restaurante. Es viernes, sobre las diez,
y la noche es joven. Algo tarde ya para llamar a alguna amiga, opto por echar
la noche a lo que surja. Llego la parada
de taxi y ya me duelen los pies. Me había pasado con los tacones. Cojo el
primer taxi de una fila de tres y le indico al taxista que me lleve por el
Paseo Marítimo, a la zona de discotecas. Llegamos pronto, casi no hay tráfico
por la avenida principal. Pago, bajo y a ver qué se me ocurre. Veo a unas
chicas entrando más adelante a una disco, no parece que les cobraran al entrar,
así que pongo mi mejor sonrisa y entro sin problemas. Y además hay ambiente.
Música moderna, mucha gente de mi edad y zona íntima con sofás.
El sitio pinta bien. Me acerco a la barra y me quito el jersey: a enseñar escote.
Quizá en el mío no caben muchas cosas, pero alguno mirará con ganas, seguro. Me
pido un cubata de ron y coca cola zero, mi preferido, y me voy al centro donde
se concentran los bailones. El bolso es un engorro y el jersey más, pero tengo que
cargar con ellos, no parece que haya guardarropa. Sonrío y muevo las caderas
con sensualidad aunque siempre me he sentido un poco patosa, hasta que un chico
se me acerca, me coge por la cintura y se une a mi baile. No lo hace mal y es
bastante mono. Por dentro me río, a estas alturas haciendo estas cosas. Pero
por qué no, si mi chico hubiese querido bailar así conmigo aquella noche, que
hubiera acudido a nuestra cita. Y en cierto moodo me preocupa, ¿y si esta vez
sí le ha pasado algo malo? Nada, otro trago y a lo mío, que me habré preocupado
por lo mismo mil veces y luego nunca fue nada: me quedé dormido, no ví la hora,
me distrajeron y me despisté… y mucho lo siento nena, no volverá a pasar, hasta
la próxima vez claro. Sonrío al chico y me aprieto un poco más contra él.
Bailamos uno, dos… no sé, varias canciones. Empiezo a estar
cansada, las plantas de los pies me arden. Le propongo un descanso y me lleva
de la mano a uno de los reservados. Me dice que es copropietario del local y
tiene un apartado sólo para él y sus amigos. Es atento, charlamos con
naturalidad. Me encanta. Pasamos un buen rato entre copas y luego se nos une
otra pareja. No quiero malos entendidos ni líos, le cuento la verdad, que tengo
novio pero que se ha portado como un cretino, por eso estoy ahí sola. Me dice
que no pasa nada, que no hay problemas por su parte, lo que surja está bien. Le
gusto y tal, tiene labia. Y la otra pareja es encantadora. Bailamos alguna
canción más. Siento que la noche avanza y algo tiene que pasar, o me voy sola a
casa o le doy pie para algo más. Pero si me voy sola, debería dejárselo claro y
no dejarlo tirado.
Seguimos charlando, todo es tan cómodo, tan agradable. Tomo
una decisión. Voy al baño, le digo, pero en lugar de eso salgo un momento y
aviso al de seguridad que volveré a entrar enseguida. Si tengo una sola llamada
perdida, ya veré lo que hago. Enciendo el teléfono, tecleo el pin, nerviosa.
Espero… Y nada, ni una miserable llamada perdida, ni un mensaje. Pues al
carajo, se acabó. Vuelvo a apagar y entro. El chico espera en la mesa, sonríe y
me derrito. Se ofrece a pedirme otra copa, otro ron con cola. No debería pero
estoy molesta, enfadada y rebelde. Me lo trae y me lo tomo, está rico.
La velada sigue y me ofrece la mano para enseñarme el
despacho de su compañero y toda la trastienda. Sí, claro, la trastienda. ¿Y por
qué no? Los pies me matan, no podré andar mucho, le advierto. Se agacha y me
quita los zapatos. Yo te los llevo, no te preocupes, me dice al oído. Me hace
cosquillas.
Voy tras él de la mano. Abre con llave una puerta negra
medio camuflada con el color del resto de la pared y entramos. Él lleva mis
zapatos, mi bolso y el jersey. Noto un retortijón en el estómago, y estoy algo
mareada. Normal, no comí nada. Cierra la puerta e inmediatamente nos sumimos en
un silencio artificial. Me dá la risa floja y me sigue el rollo. Me apoyo en la
puerta, quiero besarlo. Me dá un pequeño beso y se aleja, me acaricia la
mejilla. Ten paciencia, verás que sorpresa te llevas, me dice. Le sigo, risueña
y juguetona. Le cojo el culo, no parece gustarle y se me hace raro. Caminamos
por un larguísimo pasillo pintado de rojo chillón con grabados negros en
espirales, psicodélico, mareante. No sabía que el interior del local era tan
largo, no lo parecía. Pasamos varias puertas oscuras, muchas diría. Los dibujos
de las paredes me perturban, me escuecen los ojos y me tambaleo. Él me agarra
del brazo con brusquedad. Intento zafarme pero no puedo, no coordino bien. Me
temo lo peor, que me viole o así. El pasillo es estrecho, me aguanta contra la
pared con una mano mientras abre con llave con la otra. Estoy sudando mucho y
me cuesta estar en pie. Abre, me empuja dentro y, al cerrar, me quedo en la más
completa oscuridad. Caigo al suelo y pierdo la noción del tiempo. No sé si
lloro, grito o duermo. Diría que todo a la vez. Me despierto totalmente a
oscuras. La sensación es desagradable, sé que tengo los ojos abiertos pero no
veo nada. Tanteo y toco el pomo de la puerta pero no abre. Forcejeo, me
desgatiño y... me parece oír algo. ¿Hay alguien? Grito, pero me sale una voz
ronca y ahogada. Tengo la lengua rasposa como la suela de un zapato. Me levanto
¿Hola? Repito con más claridad. Nada. Estoy cansada, tengo naúseas y me explota
la cabeza pero no pasa nada.
Se me va pasando el aturdimiento, debo llevar horas allí, y
vuelvo a levantarme para intentar buscar una salida. La puerta sigue igual pero
encuentro un interruptor a un lado y lo pulso.
Estoy en una sala circular con una gran bola de discoteca en
el centro, colgando por una gran cadena del techo en forma de cúpula curvada. A
todo el contorno hay seis espejos, siete huecos contando el de la puerta, que
ocupan todo su hueco disponible. No hay nada, sólo los cristales, que asemejan
grandes espejos opacos sin reflejo, tan oscuros como la entrada salvo por el
pomo granate. Sólo una cosa llama mi atención, hay un marco de foto sin relieve
incrustado al centro de la puerta, con un texto escrito en su interior
protegido por un vidrio transparente. Me acerco a leerlo:
“Siga con atención las instrucciones descritas si no quiere
resultar herida. Utilice todo lo aprovechable para salir airosa. Pruebe a
romper algún cristal, todos guardan sorpresas aunque no todas son agradables.
Tenga paciencia, no está sola”.
Sola… o han puesto el aviso para mí o sólo encierran a
mujeres aquí. ¡Hola! Grito de nuevo. ¿Hola? ¿Y la herramienta? Paseo por la
sala, está ahora iluminada por la potente luz plateada que sale de la lámpara
discotequera. Doy un par de vueltas hasta que veo una palanca de hierro
alargada apoyada entre dos cristales, del mismo color negruzco que lo recubre
todo, por eso no la ví. Una barra de hierro, para qué. No me gusta esto, pero
no me queda otra. Golpeo y golpeo el cristal más cercano pero no se parte.
Grito furiosa. Mierda de noche, puta mierda. Pártete, joder.
Me paro frente al siguiente y le atizo con la misma intensidad. El enorme
cristal estalla y me saltan esquirlas en la cara y a los brazos, y todo el
suelo se baña de trozos. No se me incrusta ninguno en la piel pero caigo de
espaldas por la potencia de la explosión. Es curioso que el otro cristal no se
partiera y éste casi explota sin el más mínimo esfuerzo.
Me toco la cara, tengo algún pequeño corte, y en el brazo
izquierdo, pero nada serio. Escucho un gruñido. Tras el vidrio hay un
receptáculo, una pequeña habitación pintada del mismo rojo del pasillo, y hay
un tipo de espaldas, encorvado. Me levanto, me sacudo los restos que me han
caído encima y me acerco arrastrando los pies despacio para no clavarme
ninguno. Las medias se rompieron y se agolpan algunos fragmentos entre mis
dedos pero no se me clavan en las plantas.
¿Oiga? ¡Oiga! Necesito ayuda. Por favor, ayúdeme. Ahora
lloro, el individuo oscila pero no se gira. Me bloqueo y paro de avanzar, tengo
miedo, el tío ese actúa raro, estará drogado o algo peor. No es normal, no
atiende a mis ruegos. Pero eso es lo de menos, sus ropas apenas si son harapos
¿cuánto tiempo lleva así? Y no tiene casi cabellos, sólo varios mechones dispersos
y, no sé ¿qué hace allí? ¿Será otra víctima?
No me fío. Retrocedo y cojo del suelo la barra. Sigo
hablándole, en un todo suave y condescendiente. Desplazo algunos cristales
grandes con la barra y el tipo hace un gesto extraño al oír el tintineo, como
si hubiera sufrido un escalofrío o un calambre, pero a lo bestia, y se queda
inmóvil. Madre mía, ¿qué pasa aquí?
Con una mano ahora por delante, la barra en posición de
golpear en la otra, me acerco sigilosa y, al alcanzarle, le todo el hombro.
Pega un respingo, gruñe y se gira a una velocidad de
vértigo. Su cara es espantosa. Me echo hacia atrás, horrorizada, y piso un
cristal pequeño con el talón. Aullo de dolor y caigo de espaldas sobre todo el
destrozo. El dolor es espantoso, se me clavan y me pinchan. Chillo. El tipo se
precipita hacia mí, sollozo y le empujo. Se me clavan más los cristales, el
ardor me destroza pero es peor lo que tengo delante. El tipo, ahora lo veo
claro, tiene los dientes limados de forma puntiaguda, y los tiene verdosos,
mugrientos. Le sale espuma por la boca y me slapica al abrir y cerrar con
fiereza para morderme. Está rabioso, diría que muy enfermo. Dudo que pueda ver
bien porque le han estallado muchas venar oculares, todo el globo, en cada ojo,
está dilatado y enrojecido. Y su piel está azul con las venas inflamadas. Pero
lo peor es su fuerza endiablada.
Consigo, con el brazo empujándole por el torso, elevarlo un
poco y tirarlo hacia el lado. Patalea como las cucarachas cuando caen del
revés. Es grotesco. No tardará en levantarse de nuevo.
Temblorosa, cojo el hierro. Lo uso a modo de bastón para
levantarme. Duele mucho. Me alejo renqueante hacia el lado opuesto de la sala,
que no es demasiada distancia. El individuo se levanta despacio, pero parece
más enfadado que dolorido. Me busca y se relame con una lengua agrietada y
amarillenta. Me aferro al palo como si fuera mi balsa salvadora, con las dos
manos, y contengo la respiración. Respirar entre jadeos, como estaba haciendo,
hace que me den agudas punzadas en la espalda. El monstruo retuerce el cuello y
lo cruje de forma espantosa. Y corre hacia mí, apenas son diez o doce pasos
pero los recorre en la mitad y no parece que se percate de que tiene cristales
clavados por todos lados.
Entorno los ojos, espero y golpeo. Sólo tengo una
oportunidad. En plena cara. Es todo o nada. Se oye un fuerte crack, se ha roto
la mandíbula y cae al suelo, de nuevo boca arriba. Aulla y patalea, rabioso. Es
él o yo. Levanto la barra y lo remato con un fuerte golpe en el pecho. Pero de
rematarlo nada, sigue convulsionándose y mirándome furibundo. No puedo soportar esa mirada.
Chillo impotente, dolorida e histérica, y le incrusto la cabeza en el suelo a
garrotazos. Sigo gritando y moqueando un rato más. Está todo salpicado de
sangre y restos, es asqueroso. Todo esto es una puta pesadilla, no es creíble.
Pero al menos sus pies ya no se mueven en mudos espasmos. Todo vuelve a quedar
en silencio salvo por mis lamentos.
Continuará en breve.....
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