Un golpe en el techo me despierta con brusquedad. Con el
corazón desbocado, como es habitual en mí cuando me sobresalto en mitad del
sueño, tanteo la silla del ordenador que tengo junto a la cabecera de mi cama y
que, por falta de espacio, utilizo como improvisada mesita de noche. Localizo
mi reloj despertador, no sin volcar la botella de agua que, afortunadamente,
siempre dejo bien tapada, y presiono el botón alargado que hay en la parte
superior del mismo para iluminar la esfera frontal y ver la hora. Son las
cuatro y media de la madrugada, normal que esté todo oscuro y sólo oiga los
ronquidos de mis padres que duermen en el cuarto de al lado.
Otro golpe, esta vez más contundente. Parece como si algo
pesado hubiera caído al suelo, y algún mueble pequeño, una silla volcada o así.
Noto el cambio de respiración en el cuarto de mis padres, mi madre tiene el
sueño tan ligero como el mío, mi padre posiblemente no se despertaría aunque le
hubiera caído la dichosa silla en la cabeza, si realmente es eso lo que ha golpeado
nuestro techo. Ahora suena el somier de su cama, mi madre se levanta. Veo luz,
encendió la lamparita.
Me levanto, resignada. A ver cómo vuelvo a coger el sueño de
nuevo, mierda de vecinos nuevos. Por lo que deduzco de los ruidos que vienen
haciendo desde que se mudaron, harán unas dos semanas, son una pareja con uno o
dos hijos, una niña seguro porque la oí llorar por las mañanas protestando por
no querer ir al colegio. Y mínimo un perro, quizás dos, y posiblemente de
pequeño tamaño y uñas afiladas, eso seguro porque tengo sus arañazos arraigados
en lo más profundo de mi memoria cerebral.
Otro golpe, ese como más alargado, más alejado, más débil,
pero más extendido en el tiempo. Éste último me puso los vellos de punta, no
sabría decir por qué.
Me levanto definitivamente, de muy mal humor, y enciendo la
luz de flexo de pared. Camino al baño, que queda frente a mi cuarto y está semi
iluminado con las luces de los dos domitorios, hago pis, me lavo las manos y
voy silenciosamente al cuarto de mis padres. No me equivoco, mi padre ronca
como un osezno moribundo, me río con la ocurrencia, y mi madre está sentada al
filo de la cama, en silencio. Sabe que estoy levantada y sabe que voy a
acercarme a verla, como siempre.
Paso con cuidado por el pequeño hueco entre la cama y las
dos sillas que tienen en la pared opuesta a la misma y usan para dejar su ropa
de cama y de diario. El espacio es reducido, así que procuro no rozar la cama
para no darle a mi padre en los pies y evito así despertarle. Mi madre está en
camisón cruzada de brazos, mirando hacia la ventana, observando los edificios
de enfrente a través de las finas cortinas de color beige, que quedan
difuminados por el fuerte brillo de las farolas de la plaza que nos separa de
ellos. Vuelve la vista hacia mí cuando entro, y me mira molesta y resignada a
la vez.
-
Ya tenemos concierto otra vez-, me dice en un susurro
casi inaudible, para no molestar a mi padre.
-
Sí, orquesta funebre. Vaya mierda, así no se puede
dormir, joder.- Estoy realmente enfadada. No es la primera vez que dan el
numerito.
Me mira y se encoge de hombros. Qué le vamos a hacer, me
dice con la mirada.
Otro golpe. Éste hace retumbar las paredes. Joderrr. Esto no
es normal. Mi padre se revuelve inquieto y deja de roncar por unos instantes,
para volver a recuperarse al poco tiempo y seguir su ritmo habitual.
-
Esto no puede seguir así, voy a subir. – Le digo a mi
madre, incluso elevo el tono más de lo que pretendía.
-
Es muy tarde, despertarás a los niños. – Replica mi
madre, pero indecisa, sabe que ya es demasiado pero es muy tarde para molestar.
Y una mierda, pienso, si hay alguien que no ha escuchado la que están liando, y
no sólo me refiero a los vecinos más cercanos, están sordos o muertos, porque
vamos.
-
Mamá, ahí pasa algo. Mira, otro golpe. Esto no es
normal, se están peleando o algo. O subo o llamo directamente a la policía.
Mejor ir de buenas, ¿o crees?- Replico, dirigiéndome a la salida del
dormitorio.
-
Abrígate si subes, y no dejes la puerta abierta. Te
espero aquí. Cariño, no te pelees. – Me dice, preocupada.
-
Sí, sí. – De buenas, pienso, de buena gana de daba una
hostia en la cara que le arrancaba los dientes. Cabrones sin consideración.
Entro en mi cuarto, cojo mi bata azul del perchero de detrás
de la puerta, y voy para la entrada del piso. Con gestos mecánicos,
acostumbrados, enciendo la luz de la sala de estar, recojo mis llaves de la
pequeña cesta de mimbre que hay en el aparador cercano a la entrada, abro la
puerta de entrada a la vivienda, enciendo la luz de la escalera, cierro la puerta
tras de mí y subo un piso en el ascensor. Es de flojos subir un solo piso por
el ascensor pero estoy medio dormida aún y la flojera me puede, paso de hacer
el más mínimo ejercicio. Tengo la boca seca, pienso mientras pulso el botón del
piso cuarto, debería haber bebido un poco de agua antes de salir.
Ya llegando al piso escucho voces, eso tampoco es normal,
pienso, temerosa con lo que me vaya a encontrar al salir al recibidor. Se abren
las puertas del ascensor y veo a una señora de edad avanzada, bajita y
regordeta, con aspecto descuidado. Me suena su cara de haberla visto en alguna
ocasión por los alrededores del barrio y por las escaleras, e incluso recuerdo
haber entablado con ella en ese mismo ascensor la típica conversación sobre el
tiempo y cosas así. Pero su expresión es extraña. Está asustada, aterrorizada
diría yo. Y no está sola, hay una niña de unos siete años con ella, medio
escondida detrás de su espalda, que me mira callada, con los ojos como platos,
y diría que su mirada no es sólo por la sorpresa de verme allí, sino que
aparenta impresión y temor a la vez.
-
¿Qué pasa? ¿Qué hacen aquí? –pregunto. No es lo más
acertado, quizás, pero yo también estoy un poco conmocionada.
-
No lo sé. Nos han despertado unos ruidos fuertes aquí,
en la casa de al lado. – Me dice la señora. Tiembla, no sé si del frío, de la
indignación o del susto de haberse despertado de aquel modo.
-
Sí, a nosotros también. – Dije yo, refiriéndome a mí y
a mi madre. – Iba a llamar a la policía.
-
¿A la policía? Espero que no sea necesario. – Replica,
temblando aún más. La niña sigue oculta tras la mujer, diría que la abuela,
pero se despega un poco para mirarme con más atención. Ahora está más curiosa
que otra cosa.
Otro golpe. Esta vez mucho más fuerte, ha hecho retumbar la
puerta cerrada de la vivienda, de tal modo que diría que se ha aborrado o
astillado por dentro. Eso me ha acojonado, aquí pasa algo más que una normal
pelea de matrimonio. La señora que está a mi lado, ahora un poco escondida tras
de mí, al igual que la niña hiciera hace unos momentos tras ella, pega un grito
ahogado y se encoje, agarrándome la bata con fuerza. Oigo sollozos, diría que
es la pequeña que viene con la señora, pero los siento alejados, distantes,
estoy concentrada en lo que pasa tras esa puerta que ha resonado de esa manera
tan brutal. Oigo abrirse una puerta, es la de mi casa, y doy un respingo. Pensé
que era la de enfrente la que se estaba abriendo y trago saliva con dificultad.
Pero no, aquí no se ha movido nada, menos mal.
-
Eva, Eva. ¿Estás ahí? – Oigo a mi madre desde el piso
de abajo.
-
Sí, estoy aquí con una vecina. Estamos bien. – Le
contesto, murmurando por lo bajo. Creo que casi no se me ha oido. – Estoy
bien.- Repito en voz más alta, algo rasposa. Carraspeo. – Llama a la policía, y
cierra la puerta. No te quedes ahí.-
-
¿Qué ocurre? Voy a subir. – Me dice. -No sé, pero no
pinta bien. Algo pasa ahí dentro. Llama rápido, anda. Y no salgas. – Ahora casi
grito, empiezo a estar algo histérica. Me asomo por el barandal y veo que mi
madre se ha metido para dentro del piso pero no ha cerrado la puerta tras ella.
-
Dios mío, Dios mío. – Dice la señora, abrazada a la
niña.
-
Señora, métase en su casa, que ahí no le pasará nada.
Yo voy a bajar y esperaré a la policía. – Le digo, empujándola con suavidad
hacia el portón de su domicilio. Lamentablemente, para pasar a la casa de la
señora, había que pasar por delante de la otra, y ganas no quedaban. La señora
se deja llevar, entre sollozos, y no para de cuchichear algo sobre su hija que
trabaja de noche y le ha dejado a la niña, y sobre su marido enfermo que no se
entera de nada. No estoy muy pendiente a lo que me dice, la puerta me tiene
hipnotizada, no puedo dejar de taladrarla con la mirada, como si eso me
permitiera, de algún modo, saber lo que estaba ocurriendo en su interior.
Termino de acompañarlas a su casa y empujo a las dos
adentro, infundándoles ánimos con palabras amables, diciéndoles que la policía
está al llegar, que seguro que no es nada, que se tranquilicen... y más
gilipolleces de esas, que no sirven para nada porque yo misma soy incapaz de
tranquilizarme en ese momento, estoy con los nervios a flor de piel. Casi no sé
lo que digo. Oigo una tos ronca, aspera, que viene del interior de la casa,
debe de ser el marido. Algo dice, quizá llama a la mujer, no sé. Miro adentro
pero está oscuro y sólo me interesa librarme de ellos y bajar a casa. Pulso
varias veces con nerviosismo el botón de la luz, que tiene un temporizador y se
apaga de cuando en cuando. La señora me habla, me agradece… bla, bla… consigo
meterla del todo en la casa y cerrar la puerta. Menos mal.
Paso a la vuelta por la puerta del conflicto, pero está todo
en silencio. Lo mismo ya se ha acabado todo, y espero que ese todo no sea nada
malo, pero no puedo evitar pensar lo peor. Incluso espero unos segundos, vuelvo
a darle al botón de la luz, pero todo está tranquilo. Envalentonada por esa
tranquilidad, ese sosiego, casi olvido lo que ha ocurrido hace escasos minutos
y apoyo la oreja en la puerta. Fantaseo con que la puerta explota, que sale un
monstruo o chiquilladas de esas. No puedo evitar tener un poco de miedo y me
río de mí misma al darme cuenta de las tonterías que estoy pensando. Me dirijo
al ascensor de nuevo, pensando que seguramente todo haya sido una pelea de
campeonato, que cuando venga la policía todo quedará claro y que mañana subiré
a hablar con ellos seriamente, cuando los ánimos estén más calmados. Pulso el
botón del ascensor, se apaga la luz de las escaleras y, en la más completa
oscuridad, se desata el terror a mí alrededor.
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