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sábado, 6 de abril de 2013

Relato Zombie: GolpeZ en el techo (Parte 1 de 2)



Un golpe en el techo me despierta con brusquedad. Con el corazón desbocado, como es habitual en mí cuando me sobresalto en mitad del sueño, tanteo la silla del ordenador que tengo junto a la cabecera de mi cama y que, por falta de espacio, utilizo como improvisada mesita de noche. Localizo mi reloj despertador, no sin volcar la botella de agua que, afortunadamente, siempre dejo bien tapada, y presiono el botón alargado que hay en la parte superior del mismo para iluminar la esfera frontal y ver la hora. Son las cuatro y media de la madrugada, normal que esté todo oscuro y sólo oiga los ronquidos de mis padres que duermen en el cuarto de al lado.
Otro golpe, esta vez más contundente. Parece como si algo pesado hubiera caído al suelo, y algún mueble pequeño, una silla volcada o así. Noto el cambio de respiración en el cuarto de mis padres, mi madre tiene el sueño tan ligero como el mío, mi padre posiblemente no se despertaría aunque le hubiera caído la dichosa silla en la cabeza, si realmente es eso lo que ha golpeado nuestro techo. Ahora suena el somier de su cama, mi madre se levanta. Veo luz, encendió la lamparita.
Me levanto, resignada. A ver cómo vuelvo a coger el sueño de nuevo, mierda de vecinos nuevos. Por lo que deduzco de los ruidos que vienen haciendo desde que se mudaron, harán unas dos semanas, son una pareja con uno o dos hijos, una niña seguro porque la oí llorar por las mañanas protestando por no querer ir al colegio. Y mínimo un perro, quizás dos, y posiblemente de pequeño tamaño y uñas afiladas, eso seguro porque tengo sus arañazos arraigados en lo más profundo de mi memoria cerebral.
Otro golpe, ese como más alargado, más alejado, más débil, pero más extendido en el tiempo. Éste último me puso los vellos de punta, no sabría decir por qué.
Me levanto definitivamente, de muy mal humor, y enciendo la luz de flexo de pared. Camino al baño, que queda frente a mi cuarto y está semi iluminado con las luces de los dos domitorios, hago pis, me lavo las manos y voy silenciosamente al cuarto de mis padres. No me equivoco, mi padre ronca como un osezno moribundo, me río con la ocurrencia, y mi madre está sentada al filo de la cama, en silencio. Sabe que estoy levantada y sabe que voy a acercarme a verla, como siempre.
Paso con cuidado por el pequeño hueco entre la cama y las dos sillas que tienen en la pared opuesta a la misma y usan para dejar su ropa de cama y de diario. El espacio es reducido, así que procuro no rozar la cama para no darle a mi padre en los pies y evito así despertarle. Mi madre está en camisón cruzada de brazos, mirando hacia la ventana, observando los edificios de enfrente a través de las finas cortinas de color beige, que quedan difuminados por el fuerte brillo de las farolas de la plaza que nos separa de ellos. Vuelve la vista hacia mí cuando entro, y me mira molesta y resignada a la vez.
-         Ya tenemos concierto otra vez-, me dice en un susurro casi inaudible, para no molestar a mi padre.
-         Sí, orquesta funebre. Vaya mierda, así no se puede dormir, joder.- Estoy realmente enfadada. No es la primera vez que dan el numerito.
Me mira y se encoge de hombros. Qué le vamos a hacer, me dice con la mirada.
Otro golpe. Éste hace retumbar las paredes. Joderrr. Esto no es normal. Mi padre se revuelve inquieto y deja de roncar por unos instantes, para volver a recuperarse al poco tiempo y seguir su ritmo habitual.
-         Esto no puede seguir así, voy a subir. – Le digo a mi madre, incluso elevo el tono más de lo que pretendía.
-         Es muy tarde, despertarás a los niños. – Replica mi madre, pero indecisa, sabe que ya es demasiado pero es muy tarde para molestar. Y una mierda, pienso, si hay alguien que no ha escuchado la que están liando, y no sólo me refiero a los vecinos más cercanos, están sordos o muertos, porque vamos.
-         Mamá, ahí pasa algo. Mira, otro golpe. Esto no es normal, se están peleando o algo. O subo o llamo directamente a la policía. Mejor ir de buenas, ¿o crees?- Replico, dirigiéndome a la salida del dormitorio.
-         Abrígate si subes, y no dejes la puerta abierta. Te espero aquí. Cariño, no te pelees. – Me dice, preocupada.
-         Sí, sí. – De buenas, pienso, de buena gana de daba una hostia en la cara que le arrancaba los dientes. Cabrones sin consideración.
Entro en mi cuarto, cojo mi bata azul del perchero de detrás de la puerta, y voy para la entrada del piso. Con gestos mecánicos, acostumbrados, enciendo la luz de la sala de estar, recojo mis llaves de la pequeña cesta de mimbre que hay en el aparador cercano a la entrada, abro la puerta de entrada a la vivienda, enciendo la luz de la escalera, cierro la puerta tras de mí y subo un piso en el ascensor. Es de flojos subir un solo piso por el ascensor pero estoy medio dormida aún y la flojera me puede, paso de hacer el más mínimo ejercicio. Tengo la boca seca, pienso mientras pulso el botón del piso cuarto, debería haber bebido un poco de agua antes de salir.
Ya llegando al piso escucho voces, eso tampoco es normal, pienso, temerosa con lo que me vaya a encontrar al salir al recibidor. Se abren las puertas del ascensor y veo a una señora de edad avanzada, bajita y regordeta, con aspecto descuidado. Me suena su cara de haberla visto en alguna ocasión por los alrededores del barrio y por las escaleras, e incluso recuerdo haber entablado con ella en ese mismo ascensor la típica conversación sobre el tiempo y cosas así. Pero su expresión es extraña. Está asustada, aterrorizada diría yo. Y no está sola, hay una niña de unos siete años con ella, medio escondida detrás de su espalda, que me mira callada, con los ojos como platos, y diría que su mirada no es sólo por la sorpresa de verme allí, sino que aparenta impresión y temor a la vez. 
-         ¿Qué pasa? ¿Qué hacen aquí? –pregunto. No es lo más acertado, quizás, pero yo también estoy un poco conmocionada.
-         No lo sé. Nos han despertado unos ruidos fuertes aquí, en la casa de al lado. – Me dice la señora. Tiembla, no sé si del frío, de la indignación o del susto de haberse despertado de aquel modo.
-         Sí, a nosotros también. – Dije yo, refiriéndome a mí y a mi madre. – Iba a llamar a la policía.
-         ¿A la policía? Espero que no sea necesario. – Replica, temblando aún más. La niña sigue oculta tras la mujer, diría que la abuela, pero se despega un poco para mirarme con más atención. Ahora está más curiosa que otra cosa.
Otro golpe. Esta vez mucho más fuerte, ha hecho retumbar la puerta cerrada de la vivienda, de tal modo que diría que se ha aborrado o astillado por dentro. Eso me ha acojonado, aquí pasa algo más que una normal pelea de matrimonio. La señora que está a mi lado, ahora un poco escondida tras de mí, al igual que la niña hiciera hace unos momentos tras ella, pega un grito ahogado y se encoje, agarrándome la bata con fuerza. Oigo sollozos, diría que es la pequeña que viene con la señora, pero los siento alejados, distantes, estoy concentrada en lo que pasa tras esa puerta que ha resonado de esa manera tan brutal. Oigo abrirse una puerta, es la de mi casa, y doy un respingo. Pensé que era la de enfrente la que se estaba abriendo y trago saliva con dificultad. Pero no, aquí no se ha movido nada, menos mal.
-         Eva, Eva. ¿Estás ahí? – Oigo a mi madre desde el piso de abajo.
-         Sí, estoy aquí con una vecina. Estamos bien. – Le contesto, murmurando por lo bajo. Creo que casi no se me ha oido. – Estoy bien.- Repito en voz más alta, algo rasposa. Carraspeo. – Llama a la policía, y cierra la puerta. No te quedes ahí.-
-         ¿Qué ocurre? Voy a subir. – Me dice. -No sé, pero no pinta bien. Algo pasa ahí dentro. Llama rápido, anda. Y no salgas. – Ahora casi grito, empiezo a estar algo histérica. Me asomo por el barandal y veo que mi madre se ha metido para dentro del piso pero no ha cerrado la puerta tras ella.
-         Dios mío, Dios mío. – Dice la señora, abrazada a la niña.
-         Señora, métase en su casa, que ahí no le pasará nada. Yo voy a bajar y esperaré a la policía. – Le digo, empujándola con suavidad hacia el portón de su domicilio. Lamentablemente, para pasar a la casa de la señora, había que pasar por delante de la otra, y ganas no quedaban. La señora se deja llevar, entre sollozos, y no para de cuchichear algo sobre su hija que trabaja de noche y le ha dejado a la niña, y sobre su marido enfermo que no se entera de nada. No estoy muy pendiente a lo que me dice, la puerta me tiene hipnotizada, no puedo dejar de taladrarla con la mirada, como si eso me permitiera, de algún modo, saber lo que estaba ocurriendo en su interior.
Termino de acompañarlas a su casa y empujo a las dos adentro, infundándoles ánimos con palabras amables, diciéndoles que la policía está al llegar, que seguro que no es nada, que se tranquilicen... y más gilipolleces de esas, que no sirven para nada porque yo misma soy incapaz de tranquilizarme en ese momento, estoy con los nervios a flor de piel. Casi no sé lo que digo. Oigo una tos ronca, aspera, que viene del interior de la casa, debe de ser el marido. Algo dice, quizá llama a la mujer, no sé. Miro adentro pero está oscuro y sólo me interesa librarme de ellos y bajar a casa. Pulso varias veces con nerviosismo el botón de la luz, que tiene un temporizador y se apaga de cuando en cuando. La señora me habla, me agradece… bla, bla… consigo meterla del todo en la casa y cerrar la puerta. Menos mal.
Paso a la vuelta por la puerta del conflicto, pero está todo en silencio. Lo mismo ya se ha acabado todo, y espero que ese todo no sea nada malo, pero no puedo evitar pensar lo peor. Incluso espero unos segundos, vuelvo a darle al botón de la luz, pero todo está tranquilo. Envalentonada por esa tranquilidad, ese sosiego, casi olvido lo que ha ocurrido hace escasos minutos y apoyo la oreja en la puerta. Fantaseo con que la puerta explota, que sale un monstruo o chiquilladas de esas. No puedo evitar tener un poco de miedo y me río de mí misma al darme cuenta de las tonterías que estoy pensando. Me dirijo al ascensor de nuevo, pensando que seguramente todo haya sido una pelea de campeonato, que cuando venga la policía todo quedará claro y que mañana subiré a hablar con ellos seriamente, cuando los ánimos estén más calmados. Pulso el botón del ascensor, se apaga la luz de las escaleras y, en la más completa oscuridad, se desata el terror a mí alrededor.

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