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domingo, 7 de abril de 2013

Mini relato zombie: Hasta que la muerte no nos Zepare





Un ojo putrefacto, supurante, y el otro viscoso y blanquecino. Manaban sangre de sus ojeras y un líquido amarillento de los poros de su piel. Toda ella era un cúmulo de líquidos vitales huidizos, nunca mejor dicho, la vida se escapaba de su cuerpo gota a gota.
Había perdido casi todo el pelo, una hermosa cabellera azabaque que le caía en bucles por la espalda en perfectos rizos ensortijados. Así la recuerdo y las fotos de mis álbumes lo corroboraban.
Era hermosa, exuberante. Y aún me recordaba. Pero, ¿seguiría amándome como yo a ella? No sabía decir si quedaba amor, si alguna vez lo había habido, poco importaba ya, había venido a mi lado, su cuerpo entumecido luchó por llegar desde donde reposaba hasta mi casa para encontrarse de nuevo conmigo.
Dios mío, pero que era aquel engendro. ¿seguía siendo Alejandra? ¿quedaba dentro de aquello algún recuerdo de nuevas noches juntos? ¿tendría evocaciones de nuestros susurros, de nuestras promesas?
La criatura se limitaba a mirarme, como extrasiada. Se la notaba dubitativa pero ansiosa. Me miraba con deleite y estrechaba los ojos, frunciendo la mirada y exudando más líquidos en el proceso. Si tan sólo fueran lágrimas, dolor por nuestra separación…
Alex, mi Alex. La tengo delante y mi profundo afecto se torna repugnancia al contemplarla. ¿podría dejarla ir de nuevo? ¿podría ser su aspecto un obstáculo para nuestros sentimientos?
Un goterón marrón brotó del cuero cabelludo medio en carne viva y bajó por la frente. Al llegar a la nariz y rebosarla, sacó la lengua y se relamió.
Alex me miraba, estiraba las manos hacia mí, con la cabeza reposando dolorosamente sobre el hombro derecho, seguro de que no podría enderezarla, quizá tenía vértebras fracturadas o el cuello quebrado, o ambos dos porque además se arqueaba hacia atrás en precario equilibrio.
Su ropa, traje de chaqueta negro sobre blusa blanca y sus zapatos de tacón oscuros favoritos, estaban ajados y sucios. Pareciera como si se hubiera literalmente arrastrado hasta aquí.
Son las cinco de la madrugada. Llevaba casi seis días sin dormir pensando en ella. Si ésto fuera un sueño, incluso la peor de las pesadillas, jamás la hubiera imaginado así. Una pesadilla en la que ella aparezca, sea cual sea su estado, no podría ser una pesadilla, sería ver cumplido en sueños mi mayor deseo.
Veía codicia en sus ojos, anhelo. Abría y cerraba la mandíbula y chirriaban los dientes. Incluso mordía con fuerza pero pausadamente. Todos sus gestos eran lentos, espasmódicos. Y estaba tan delgada, tan demacrada.
Amor mío, ¿quién soy yo para juzgarte? ¿Quién, después de que hayas despertado de tu descanso eterno para darme el encuentro? ¿Podría rechazar tu cuerpo si es lo que más codicio desde que te fuiste? No, no podría.
Terminé de abrir la puerta de mi vivienda. No sabía cómo había llegado hasta mí sin que nadie la detuviese, ni me lo planteaba. No iba a hacerla esperar más. Amada Alex. Pasa, mi vida.
Al advertir que tenía vía libre, el cadávr, ya en lamentable estado de descomposición, arrastró un pie con ademanes robotizados, luego otro, otro… sin apartar su mirada de mí. Y cuando estiré mis manos hacia ella y la abracé, ya en la penumbra del recibidor de mi casa, apoyó la barbilla en mi hombro, dejando caer todo su peso sobre mí, tan exigua y tan ligera, y en lo que me pareció un dulce beso de enamorados, hundió sus dientes en mi cuello y me arrancó un trozo de carne. El dolor se fundió con el placer de su frío tacto, se me resbalaba de entre los dedos y acabamos cayendo de rodillas sin soltarnos, y de rodillas al suelo, ambos sin fuerza, bañados en mi sangre cálida y sus gélidos fluidos, en un último acto de adoración.
Ella había venido extremando sus fuerzas, al límite del agotamiento, exprimiéndose al máximo, y me había concedido mi mayor deseo: morir y reposar junto a ella, siempre unidos, siempre juntos. Con un esfuerzo supremo, la besé en los labios y pruebé mi propia sangre mientras me arrancaba gran aprte del labio superior de otra mordida. Ardiente de fiebre, de delirio y de gozo, dí un postrer suspiro y quedé muerto, ambos inmóviles ya en paz…


Nota: La historia puede acabar ahí, o seguir un poco más con un final alternativo. Ahí vá…

Un calambre recorre mi columna vertebral. ¿Qué me ocurre? ¿He ido al Cielo? No, debo estar en el infierno.  Abro los ojos, Alex yace junto a mí. Miro en derredor, estoy en casa. ¿Qué ha sucedido? Alex, la zarandeo, a aquella cosa andrajosa que me agarra con fuerza. Parpadea con lentitud, abre los ojos pegajosos y me mira. Me sonríe. Ahora los dos estaremos unidos en la no-vida para toda la eternidad… en la salud y en la enfermedad, y ni la muerte podrá separarnos.

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