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martes, 30 de junio de 2015

Relato de zombies: Comida podrida

Pareciera como si la comida se pudriera en sus manos, al simple roce de sus dedos se le deshacía como si intentare agarrar un puñado de arena seca. La textura de lo solido se hacia imprecisa, insustancial, barro carcomido por el tiempo y la dejadez. Y el olor era nauseabundo, insoportable incluso en la distancia, caducado años atrás, incomible. Así me sentía cada vez que intentaba probar bocado, y esa desazón, ese querer y no poder, me volvían loco. Tan loco que una rabia desenfrenada se apoderaba de mi ser, de mi entera voluntad hasta dominar incluso mis sentimientos mas contenidos, mis pesadillas mas enterradas.

Aun cuando sabía a ciencia cierta que algo extraño pasaba con mi cuerpo, no acertaba a localizar el foco de la diferencia, pero era indudable que algo no marchaba bien. Tenía trastocados todos mis sentidos básicos, empezando por la vista, entremezclándose imágenes del escenario donde me encontraba, que parecían reales y ciertas, con otras percepciones superpuestas llenas de destellos y coloridos que dañaban mis ojos y me descolocaban, mezclándolo todo en un conjunto surrealista y altamente perturbador que me volvía loco, desquiciado, luchando hasta la extenuación por intentar enfocar la escena y hacerla lógica, natural.

El olfato era otro sentido que tenía gravemente alterado, diría que para peor porque me alteraba aun más si eso hubiera sido posible. Se mezclaba con la perturbadora experiencia visual en un todo caótico y desenfrenado que me desorientaba hasta el ridículo. No me olía a mí, como si fuera totalmente neutro, ni a los animales que se me acercaban y luego huían con los pelos erizados y extraños arrebatos lastimeros de lloriqueos o gruñidos exacerbados. No entendía nada, salvo que no me provocaban sentimiento alguno, si empatía ni sensaciones, eran como piedras en movimiento, como partes móviles de la calzada que se desplazaban con libertad, a capricho.

Vagabundeaba por una calle oscura, huyendo de las luces de las farolas y de los faros de los coches, que me provocaban dolorosos ramalazos eléctricos. Había tirado los restos del sandwitch que había intentado comerme, era incapaz de meterme aquella cosa en la boca y masticarlo, ni tragarlo siquiera sin degustar. Aunque tenia que admitir que el hambre que tenia era descomunal, como no lo había sentido jamas, hasta el punto de que las encías me taladraban la cabeza con martillazos de dolor, y la saliva se me escapaba incontrolable por las comisuras de la boca. Poca cuenta me daba de ello, sin embargo, en mi afán de buscar un momento de descanso a mis dolores físicos, a mi vacío estomacal de grotescas proporciones y a mi entumecimiento cerebral y visual. Si fuera capaz de encontrar un hospital, cualquier tipo de centro sanitario donde pudieran atenderme. Por otro lado, iba a ser una auténtica una tortura entrar allí.

A pocos pasos escuche un ruido y me tambalee de la sensación de vértigo que me produjo. Agarrándome a la pared, intente enfocar la vista y me pareció ver a una mujer saliendo de un coche con el motor aun en marcha. Sí, eso era. Esperé a que bajara del todo. Iría a pedirle ayuda, si conseguía llegar.

La silueta, que permanecía ante mi visión deformada como ondulante y desproporcionada, brillo con una aureola angelical cuando conseguí verla de cuerpo entero. Para entonces, el vehículo siguió su curso y dejo a la mujer allí. Ahora la veía bien... Bueno, algo mas enfocada por ese resplandor que irradiaba y que, no solo no me molestaba, sino que me tentaba con acercarme. de su cabeza despedía hermosos destellos azules y verdes, como si anidara en ella una Vía Láctea de esas tan bonitas que ves en los documentales, llena de reflejos y puntitos luminosos en armonía. Era hipnótico, atrayente... y lo que me resulto mas curioso, avivó mi hambre. Tenía que alcanzarla, tenía que verla de cerca, tenía que hincarle el diente. Algo tenía en su cabeza... no, no en su cabeza, salia por los ojos y las orejas, incluso por los orificios nasales... Salía de su cerebro.

En ese instante lo supe, tenía que comerme su cerebro. Tenía que paliar el hambre... Y eso hice, amparado por las sombras, camine a toda la escasa velocidad que me permitían mis piernas anquilosadas, casi sin hacer ruido, ansioso, meticuloso hasta el extremo, y me abalance sobre ella a la salida del callejón con una furia demencial, dispuesto a despedazarla sin dejar restos, sin darle tiempo a reaccionar.

Y así puedo decir que probé el manjar mas delicioso de todos cuanto he probado nunca. No se que me ocurre, cada vez me siento mas torpe y rudimentario en mis pensamientos y movimientos, peor una cosa me relaja y me despeja momentáneamente, paliando mi hambre y desembotando mis sentidos, y es comer cerebros humanos, cerebros que cazo impunemente en la oscuridad de la noche al amparo de sucias esquinas y callejones con escasa o nula iluminación, y me escondo de la dañina luz del día a la espera de volver a cazar para mitigar el hambre y el dolor. No sé lo que soy, pero tengo algo muy claro... que no estoy vivo y que tengo hambre, mucha hambre....