- Mamá, la tele se ha averiado. – Grita Sara desde el salón
comedor. Su madre está en la cocina terminando de preparar el almuerzo. – Mamá
ven ya.- protesta con insistencia.
- Ahora no puedo, cielo. Pon otra cosa mientras, anda. – Le
replica la madre, sin prestarle mucha atención.
- Mamá, porfa. Se han estropeado todos los canales.- Chilla
enfadada, con ese tono estridente que a la madre le resulta tan molesto.
- Ya voy, ya voy. ¿Cómo se van a estropear todos los
canales? – Dice, mientras sale de la cocina cargada con una gran fuente de
ensalada y la coloca en el centro de la mesa. - Dame el mando, a ver.-
- Mira mamá, este tipo está en todos los canales. Quiero ver
dibus.- Se queja la niña de nuevo, dando saltitos en el sofá y, reticente, le
tiende el mando a distancia a la madre.
La mujer se acerca al sofá, coge el mando y, mientras va
cambiando los canales, se sienta con gesto preocupado y para de zapear tras
varios intentos. Un presentador de aspecto adusto, con chaqueta oscura y
corbata a juego, lee con tono robótico de unos folios que sostiene entre los
dedos. No mira a la cámara, y eso ya de por sí es bastante extraño.
- Este es un comunicado de emergencia. Sentimos interrumpir
las retrasmisiones. A las doce y cuarenta y cinco horas del día de hoy se
produjo un escape de un gas experimental de composición desconocida hasta el
momento. El hecho se produjo en el Complejo Científico CECAAS, Centro para el
Estudio sobre los Comportamientos Adaptados A la Ambientación Simulada. El
Centro está ubicado a escasos kilómetros de Mediana de Rioseco, en Valladolid. Se
ha recibido en el estudio de Canal DiezDos un paquete anónimo con unas
grabaciones digitales impactantes y, aunque no hemos podido identificar al
portador del envío, hemos comprobado la identidad de varios de los
intervinientes en la grabación y verificado así su autenticidad.
Quién habla y relata lo que veréis a continuación es el
Doctor Ricardo Rodríguez Cisneros, reputado científico español, desde una
cabina auxiliar de aislamiento. Os los mostramos a continuación.
La imagen cambia y aparece en la pantalla un señor entrado
en años, canoso. Lleva barba poblada y unas gafas oscuras, anticuadas. Viste
una bata blanca, típica de médicos, pero ésta se ve algo sucia y descuidada.Y
el tipo no tiene muy buen aspecto, en general. Por detrás de él, entre mesas y
ordenadores, se ven varias personas trabajando frenéticamente, se diría que
algo asustados. Y el señor de la bata comienza a hablar atropelladamente,
secándose la frente con la manga como con un tic nervioso, con un marcado
acento del norte de la península.
- Me llamo Ricardo Rodríguez. Soy Director principal de un
proyecto subvencionado por el estado y por varios patrocinadores privados de
los que desconozco dato alguno. El proyecto principalmente y sin entrar en
detalles, pretende estudiar el comportamiento de varios cuerpos humanos en
variados estaos de salud, por decirlo así, ante su exposición a un complejo
gas, fruto de la mezcla de diferentes componentes terrestres y lunares, que nos
permitirían saber cómo se comporta el cuerpo a la hora de verse influenciado
por estos agentes externos.
El proyecto se considera alto secreto y estábamos estudiándolo
en cámaras presurizadas con especímenes vivos. Habíamos comparado, hasta el
momento, sus efectos en enfermos de sarampión, sida y cáncer, e incluso con un
individo sano que nos había sido “suministrado”, no soy capaz de dar con un
término más preciso. No sé quienes eran los sujetos ni de dónde venían. No
podíamos hacer preguntas, ni nos interesaba. No tiene sentido ya pedir perdón
por ello.
A las doce en punto teníamos previsto aislar a un nuevo
enfermo, esta vez de cólera, trasladado de urgencia desde Haití. Su deterioro
era irrefrenable, y se había ofrecido voluntario, había firmado la
documentación donando su cuerpo a la ciencia.
El experimento discurría según lo previsto. A las doce y
veintidos horas estaba ya en la camilla, sedado, en una de las cámaras
aisladas, y se procedió a inundar la sala con el gas, un espeso humo gris,
denso y húmedo, que siempre acaba condensándose a modo de nubes. Todo iba bien
hasta que el tipo comenzó a convulsionarse. Entraron dos auxiliares médicos al
recinto, siguiendo el protocolo de seguridad, y comenzaron a reanimarle, sin
éxito. El espécimen falleció. Fue certificada la hora de la muerte y se
procedió a registrar los resultados. Nos dijeron que todo era un estudio de
tipo medioambiental y se buscaba cuantificar las consecuencias de las
exposiciones y lo más importante, tratar y evaluar las diferencias respecto al
tipo de individuo expuesto. De momento no había novedades, sólo habíamos
estudiado el gas con humanos enfermos y sanos, y las estadísticas eran planas,
sin efectos. Pero no parecía que el experimento peligrara, estaban satisfechos
con los resultados.
Lo importante viene ahora, y discúlpenme si me demoro, pero
tenéis que entender lo sucedido, cuando los dos paramédicos concluyeron los
trámites y procedieron a salir a la antesala descontaminante.
El aire estaba muy viciado, tanto que no vieron que no iban
solos. Una vez purificados, abrieron la entrada principal, y entonces algo
golpeó a uno de ellos y lo empujó hacia fuera con violencia. Cayó de frente y,
al darse la vuelta, vió al enfermo de cólera, recién fallecido, desnudo,
exudando un líquido amarillento pestilente por todo el cuerpo. Estaba
extremadamente delgado, consumido, calavérico, pero sus ojos brillaban
enajenados y furiosos con más vida que nunca, hundidos en sus cuencas. El otro
tipo se dio cuenta tarde y justo cuando se giraba, vió al tipo del experimento
saltar sobre él a una velocidad inhumana. Abrió su boca que parecía desgarrada
hasta casi las orejas y mostró una dentadura rota, podrida y negra. Le arracó
al tipo la nariz de un mordisco entre alaridos de los dos médicos, de pánico
uno y de dolor el otro. Escupió luego el apéndice y le arrancó parte de la
barbilla de otro brutal bocado. El tipo
todavía forcejeaba, sin fuerzas y aturdido, cuando una tercera dentellada fue a
destrozarle la garganta y le desencajó parte de la traquea, dejando al aire
varios anillos cartilaginosos, e incluso quedó a la vista una porción del
esófago. Tras varios gorgoteos y espasmos, en cuestión de segundos, quedó sin
vida.
El primero, algo recuperado, procedió a pulsar la alarma
general, tras pulsar el código de seguridad en el panel situado junto a la
puerta por la que habían salido, y poco más pudo hacer antes de que aquella
monstruosidad despreciara a su víctima fallecida con un gesto de fastidio y
procediera a agarrar al médico que, de pie arrimado al quicio de la puerta,
asistía impotente al ataque del sujeto al experimento. Agarrándole con fuerza
la cabeza entre las manos huesudas, con las articulaciones de los dedos
inflamadas y deformadas, le mordió tras la oreja derecha. La sangre manó de
inmediato a borbotones cuando siguió royendo, ahondando en la herida,
implacable. El agredido movía los brazos, boqueando como un pez sin agua, hasta
que dejó de moverse y cayó redondo al suelo.
Las cámaras de seguridad lo captaron todo. Estamos
encerrados en el centro, bajo una especie de cuarentena. El sitio ha quedado
incomunicado salvo por lo medios básicos tecnológicos de comunicación. Sabemos
que, si conseguimos haceros llegar esta comunicación, será tarde para nosotros,
pero debemos avisar a la población.
Sabemos que a los vivos no les produce efecto alguno, a ese
tipo no le ocurría nada cuando seguía vivo, y con los demás experimentos igual.
Hasta que su corazón dejó de latir. Y hemos revisado las grabaciones de
seguridad y los dos médicos fallecidos se han reanimado. Sí, lo que oyen. Hay
varios cadáveres violentos paseando por el complejo. Si ese gas sale al
exterior y se expande en las zonas con enterramientos, podría ser un desastre,
a no ser que sólo afecte a recién fallecidos.
Nosotros estamos aquí atrapados, no podemos acceder al
comedor del edificio ni creo que tengan intención de rescatarnos. Nadie puede
entrar ni salir. Si alguno de nosotros muere… que Dios nos proteja.
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