Estoy leyendo un nuevo manga que compré en el Salón Manga de Jerez 2013 (Sí, compré muchos). Se llama Jacarandá y es un sólo tomo en blanco y negro, con tapa dura con solapa, del autor Shiriagari Kotobuki. En realidad no conocía este tomo pero, rebuscaba en una de las varias cajas que tenía un stand de mangas en rebajas, y apareció un amigo mío que me aconsejó que me llevara este tomo para mi colección. El dibujo no me pareció bueno pero mi amigo conoce mis gustos, y al parecer bastante bien, y me recomendó este título como de los que normalmente me satisfacen. Afortunadamente sí que me conoce bien y tengo que agradecérselo (Gracias, Kamui).
La historia empieza con una agresión brutal en un tren o metro, aparentemente una chica le pega una paliza a un señor que se apoya sobre ella porque parecía encontrarse mal. El caso es que destaca la frivolidad de los habitantes de la ciudad, la apatía, y en medio de todo eso aparece uno y otro y otro brote de esta planta, el jacarandá, que va surgiendo en distintas partes de la ciudad provocando innumerables accidentes al ir creciendo y destruyendo todo bajo la superficie, tuberías de agua y de gas que revientan, casas arrancadas del terreno donde reposaban, incendios... todo tipo de catástrofes. No voy a contar más, pinta muy bien.. muy recomendable y, aunque el diseño gráfico deja mucho que desear, en algunos momentos podría dar la impresión de que ese trazo dudoso, casi bocético, es justo el estilo que este manga necesita para terminar de desconcertar. Un dibujo cuidado y lineal posiblemente le quitaría atractivo. O eso, o es que me he acostumbrado a él.
Como datos técnicos, decir que se editó en mayo de 2008, que posee 320 páginas y que fue editado por Dolmen Editorial. Al principio salió al mercado al precio de 16 euros (eso reza en lápiz al dorso de mi tomo) pero yo lo encontré a 4 euros (olé las rebajas), que por cierto hubo un chico que lo quería y casi me lo quita de las manos (se sieeeenteee, bueno, no).
Sinopsis: Tokio, el presente. Una megaciudad de más de 8
millones de habitantes solo en sus 23 barrios centrales y más de 30
millones en las prefecturas de los alrededores (Gran Tokio). De día,
esos 8 millones ascienden hasta 14 por la gente que acude a trabajos o
centros de ocio y restauración. La ciudad posee la mayor cantidad de
centros de ocio de todo Japón. Un viernes por la noche, la ciudad bulle
de gente, que se divierte, vuelve del trabajo, va de compras o
simplemente pasea. ¿Qué pasaría si de pronto y en pocas horas un
gigantesco árbol creara el caos y la destrucción en el mismo centro de
la ciudad?
Encontré una web con una leyenda muy bonita relacionada con la mitología que rodea a la historia de este árbol, que es propio, al parecer, de Sudamérica. Reza así (lo transcribo literalmente):
LA LEYENDA DEL JACARANDA (origen: Corrientes, Argentina)“Cuando
los españoles comenzaron a poblar Corrientes, trayendo consigo a sus
familias, vino a habitar este suelo un caballero que traía consigo a su
hija. Una bella jovencita de escasos dieciséis años, de tez blanca, ojos
azul oscuro y negra cabellera. Se instalaron en una zona no muy
retirada de la ciudad de las Siete Corrientes, en una reducción donde
los jesuitas cumplían su misión evangelizadora y civilizadora, enseñando
no sólo el amor a Cristo sino también a cultivar la tierra a los
guaraníes.Entre los jóvenes de esa reducción se distinguía Mbareté, un
mocetón veinteañero alto y fornido, que trabajaba la tierra con tesón,
como queriendo arrancar de sus entrañas toda su riqueza y sus
secretos.Una tarde en que Pilar -la joven española- salió a caminar en
compañía de una doncella que la servía, vio a Mbareté y fue verlo y
prendarse de su apostura. El indio también la observó con disimulo al
principio, con desenfado después, y admiró su blanca piel, su negro
cabello y el color de sus ojos.El encuentro fue fugaz. Tan sólo
intercambiaron una mirada. Pero Mbareté la siguió con la vista hasta que
la joven desapareció entre unos arbustos. El indio buscó la forma de
que el jesuita le asignara tareas cerca de las casas y, en silencio,
hurgaba por cuanta abertura había, para poder ubicar a la joven.Pilar,
entre tanto, no podía borrar de su retina la imagen del joven aborigen.
No podía olvidar lo hermoso que le pareció con su torso desnudo,
cubierto de gotas de sudor que le parecían chispas del sol que se le
pegaban al cuerpo, al estar realizando su rudo trabajo.No pasó mucho
tiempo y un día Pilar y Mbareté se encontraron. Esta vez las miradas
fueron largas y profundas. Tan profundas que -sin palabras- se
adentraron en el espíritu de ambos, mutuamente.Mbareté pidió ál
sacerdote que los instruía que le enseñara el castellano. Y aprendió
rápido todas aquellas palabras que le sirvieran para expresarle a Pilar
que la amaba desde el primer día en que se conocieron. Y buscó la forma
de encontrarla a solas y poder hablarle. Y esa oportunidad la tuvo el
día en que halló a la joven rodeada de indiecitos a quienes les enseñaba
el catecismo. El joven se acercó al grupo y sin musitar palabra
permaneció observándola hasta que los niños se fueron.Entonces, Mbareté
caminó junto a ella y, ante su asombro, le habló en español
-balbuceante, al principio- para confesarle su amor. Pilar se ruborizó,
se sintió confundida, quiso ocultar sus sentimientos, pero sus hermosos
ojos azules y su cálida sonrisa la traicionaron y el joven pudo
comprobar que era correspondido.Los encuentros se repitieron. Mbareté le
propuso huir juntos, lejos, donde su padre no pudiera encontrarlos. Le
habló de construir una choza, junto al río, para ella y allí unir sus
vidas. Pilar aceptó y, cuando la choza estuvo concluida, amparándose en
las sombras de una noche en que Yasy les brindó su complicidad, escapó
con su amado.A la mañana siguiente, el caballero español buscó
infructuosamente a su hija, hizo averiguaciones y alguien de la
reducción le comentó que la habían visto frecuentemente en compañía de
Mbareté y que éste también había desaparecido.Furioso, el padre
convenció a varios compañeros para que lo ayudaran aencontrar a la
pareja y, fuertemente armados, comenzaron la búsqueda. Pasaron varios
días hasta que descubrieron la choza junto al río. Sigilosamente,
tomaron posiciones para observar a sus moradores. Así vieron llegar a
Mbareté en su canoa, con el producto de su pesca, y vieron también salir
a Pilar a recibirlo.El padre de la joven no resistió la visión de la
tierna escena de los amantes abrazados y salió de su escondite gritando
el nombre de su hija y apuntando con su arma al indio. La joven vio el
fuego del odio en los ojos de su padre y comprendió lo que cruzaba por
su mente. Trató de evitarlo; de explicarle su actitud, pero el español
siguió avanzando con el dedo en el disparador. Pilar se interpuso entre
los dos hombres en el preciso instante en que la carga fue lanzada y
cayó con el pecho teñido de rojo, fulminada por su propio padre. Al ver
esto, Mba-reté quedó atónito, tieso, sin atinar a defenderse. Fue
entonces cuando otro disparo le dio en plena frente y el joven se
desplomó sobre el cuerpo de su amada.El padre, dolorido e indignado, no
se acercó siquiera a los cuerpos yacentes e instó a sus compañeros a
volver a la reducción. Esa noche, la imagen de su hija no pudo apartarse
de su mente, y con las primeras luces del alba, inició el camino hacia
el lugar donde tan tristemente terminara ese amor tan grande que motivó
que los jóvenes se olvidaran de sus diferencias de raza.Cuando llegó a
la choza, el español no halló restos de la tragedia y en el lugar donde
la tarde anterior yaciera la pareja -sin que existiera ningún rastro de
la sangre allí derramada- se erguía un hermoso árbol de tronco fuerte,
cubierto de flores azul oscuro que se mecían suavemente con la brisa.El
hombre tardó en comprender que Dios había sentido misericordia de los
enamorados y había convertido a Mbareté en ese árbol, y que los ojos de
su hija lo miraban desde todas y cada una de las azules flores del
jacarandá. (“Cuentos y leyendas de la Argentina”, José Olañeta Editor, Barcelona en Temakel. Por Esteban Ierardo)
¿Que por qué transcribo este relato aquí? Pues porque da la sensación de que toda la historia tiene una simbología, y el árbol es su símbolo central. Yo no entiendo mucho de simbología oriental pero he supuesto que la historia del nacimiento del árbol y su significado seguro que tienen algo que ver con su supuestamente accidental resurgir y con su debastador crecimiento exponencial. Quizás la naturaleza esté vengándose de los humanos por nuestra forma de ser como raza merquina, cruel e inmisericorde, o quizás no sea una venganza sino todo lo contrario, un intento de renovación, de saneamiento. Se dice que a veces (algunos dirían que siempre) el fín justifica los medios.
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