- Pii... Pi…. Piiiii………..pi…. piii…. Piiiiii... (Clic al
descolgar el teléfono al otro lado de la línea telefónica).
- Aquí el Servicio de Teleasistencia.
Buenas noches, dígame que ocurre.
- (Tos… carraspeo)
Yo... ¿Oiga? Necesito ayuda… (Golpe, tos seca).
- ¿Con quién hablo? ¿Inés? ¿Es usted?
- Sí, soy Inés. Mi marido… Mi marido no…
- Tranquilícese, Inés. ¿Qué le ocurre a su marido? Cuénteme…
- Mi marido… (Ruidos débiles, respiración acelerada)… Mi
marido está fuera… está ahí fuera…
- Sí, su marido. ¿Qué le ocurre? Necesito que se tranquilice
y que me hable, Inés.
- Sí, sí. Tiene razón. Pero… (Golpe contundente, grito). ¡No
puedo! ¡Es mi marido! ¡Ayúdeme!
- No puedo ayudarla si no me dice lo que ocurre. ¿Necesita
asistencia médica? ¿Qué está sucediendo en su casa, Inés?
- ¡Está ahí! Por favor, por favor… no creo (su voz se había
ido diluyendo entre sollozos y bruscas tomas de aire).
- ¡Inés! ¿Inés? Doña Inés, por favor, no se retire.
- No, no. Ya pasó. Pero tengo que hablar flojo (Dice, sorbiéndose
la nariz). Puede volver.
- ¿Hay algún extraño en la casa? Inés, tiene que contarme.
Tranquilícese y cuénteme para que pueda ayudarla.
- No, extraños no, es mi marido. (Apenas se la escuchaba).
Pero está bien si no hago ruido.
- ¿Qué le ocurre a su marido? ¿Han discutido?
- Está enfadado, muy enfadado. Tengo miedo. ¿Podría llamar a
alguien? Necesito ayuda. Ayúdeme, señorita.
- Llámeme Pilar si le es más cómodo. Una unidad policial se
dirige a su casa para comprobar que todo vuelva a estar en orden. Pero quiero
saber cómo está usted. ¿Está herida? ¿Está físicamente bien?
- ¿Bien? No me haga reír (Risa nerviosa). No puedo reírme,
no debe oírme (Vuelve a susurrar. Estoy muy lejos de estar bien. Y la sangre…
la sangre.
- Doña Inés, céntrese. ¿Está usted, o su marido, don Mario,
heridos de algún modo?
- Herido dice. Señorita (baja aún más la voz, casi no se la
oye). Yo estoy herida, él está muerto.
(En los dos lados de la conversación telefónica se hace un
incómodo silencio durante unos segundos. La teleoperadora se recompone
enseguida).
- Pero, Inés. Si su marido ha fallecido, ¿quién estaba
golpeando su puerta hace unos instantes?
(Se oye un grito descomunal, precedido de un sonido grave,
dilatado, como de madera astillada en una sala grande y vacía). La chica, Pili,
intentando sostener un tono de voz calmada y serena, implora calma a doña Inés
e intenta atraerla de nuevo hacia la conversación pero no hay respuesta. Tras
varios infructuosos minutos, ya la calma se ha adueñado del otro lado del teléfono,
y para bien o para mal, se decide a cortar la línea.
Horas más tarde, una escabrosa noticia es difundida en los
medios informativos locales y estatales de mayor difusión, en las secciones de
sucesos y necrológicas, y reza así:
La pasada noche, en una apacible urbanización de los
alrededores de Chiclana, un municipio de la provincia de Cádiz, ocurrió un
hecho trágico que ha conmocionado a toda la comunidad y aún se sigue
investigando. A la una y cuarenta tres
de la madrugada, la señora Inés Castillo Parea, vecina de la mencionada
localidad de sesenta y seis años de edad, llamó al Servicio de Teleasistencia,
servicio al que estaba adscrita gracias al patrocinio del Ayuntamiento junto
con el Ministerio de Sanidad en un convenio de colaboración que lleva en activo
desde finales del pasado año 2009. En una extraña y confusa llamada telefónica,
calificaciones éstas textuales de la teleasistenta que atendió al teléfono a la
señora Castillo y que ya ha sido interrogada a tal efecto.
Los hechos, reconstruidos gracias a esta llamada, a
posteriores entrevistas realizadas a familiares y a vecinos, y por último, a
los informes policiales y forenses, nos relatan la siguiente historia:
Don Mario Pardo Barón, de cincuenta y nueve años de edad,
tras cenar con su esposa a eso de las nueve de la noche, y tras ver una
película con ella en el salón, procedió como era su costumbre diaria y ante los
insistentes ladridos del perro de la familia, a sacarlo de paseo un rato.
Testigos variados constatan que lo vieron en su paseo rutinario entre las once
y las doce y media, ya de la madrugada. Doña Inés se quedó sola en casa
recostada en el sofá y no vio regresar a su marido hasta cerca de la una y
media, momento en el que procedieron a acostarse para dormir. Cuentan los vecinos
que en ese fin de semana, la hija de diecisiete años, Irene, había acudido a un
campamento de verano como regalo por sus buenas calificaciones escolares, y su
hijo Arturo, de treinta y un años, estaba de vacaciones con su novia en un
hotel de la costa, así que nos recalcan que ese fin de semana estaban solos con
su mascota.
El marido volvió raro. Así lo ratifica una vecina que lo
saludó en el portal cuando volvía del paseo, y le devolvió el saludo con una
mirada furiosa y un gruñido seco.
El resto de los sucesos dentro de la casa son confusos.
La policía llegó al domicilio poco después de las dos de la
madrugada, tras recibir aviso del Servicio de Teleasistencia Andaluz, al que
doña Inés estaba adscrita, como ya dijimos, por su minusvalía física que le
dificultaba caminar apenas salía de
casa. En la llamada dieron advertencia de que la señora estaba confusa y
desorientada, y notificaba de una posible disputa familiar a raíz del temor que
padecía la mujer, que parecía escondida y aterrorizada, hablando entre
susurros, y a consecuencia de los golpes y gritos que escucharon los vecinos y
se corroboró con las grabaciones que el servicio telefónico ha aportado como
pruebas del suceso.
El domicilio fue encontrado revuelto, totalmente
desordenado, como se refleja en el informe preliminar policial. Vajilla rota,
sillas destrozadas, manchas de sangre por todo el lugar… Por los destrozos y el
estado del lugar, los peritos hablan de un solo alborotador, por lo que se
presume que doña Inés efectivamente procedió a esconderse nada más comenzar los
sucesos violentos y que no participó en ellos, y se sospecha que la sangre,
salvo en lo que se refiere al cuarto donde estaba la señora, era toda de don
Mario.
Adentrándose más en la vivienda, la policía encontró
indicios más violentos de furia, cólera desatada con una fuerza
desproporcionada, hasta el punto de que en el dormitorio del matrimonio y en el
cuarto de baño principal apenas quedaban restos de muebles en pie.
Atestiguan los vecinos que vivían más cerca, que los ruidos
y los golpes eran descomunales, y que era imposible conciliar el sueño. Incluso
algunos intentaron llamar a la puerta para calmar las aguas y llamaron a la
policía sin saber que venían ya en camino, pero nadie les abrió la puerta de la
casa.
Por último, en el informe forense se aprecia que doña Inés
falleció poco antes de llegar la ayuda policial, de una hemorragia cerebral
fruto de un fuerte golpe en la zona frontal del cráneo producido por una
agresión física de origen desconocido. Lo de origen desconocido, cita
textualmente Pedro Cornea, desconcertado, policía local de la provincia de
Cádiz, destinado en esta comunidad desde hacía veintiséis años, y que conocía
personalmente a esta familia, se debe a que la puerta de la vivienda permaneció
cerrada en todo momento, nadie pareció salir o entrar en el citado domicilio
salvo el propio matrimonio, y dados los informes y estudios del entorno, todo
apunta a que fue don Mario quien arremetió brutalmente contra su esposa y acabó
con ella. Y es extraño porque los expertos han constatado que es materialmente
imposible, aun si hubiera consumido sustancias químicas o tuviera la adrenalina
al máximo, que una persona de esa constitución y fortaleza pudiera propiciar
golpes de esa contundencia.
Los que han quedado en entredicho aunque se han repetido
varias veces sin margen de duda o error, son los partes forenses, que indican
que don Marío llevaba fallecido más de dos horas cuando las autoridades
públicas accedieron al domicilio.
Entonces, ¿qué ocurrió en ese domicilio?
También se ha accedido a la grabación de la conversación
entre la teleoperadora y doña Inés, en la que se oye a una mujer asustada hasta
entrar casi en shock, ante un ataque presumiblemente inesperado, que pota por
encerrarse en el baño auxiliar, se presume porque es donde se la encontró, y
teme hacer ruidos y elevar la voz por ataques sucesivos que recibe desde el
exterior de la habitación, con gran fuerza y contundencia.
Como dato final, se encontró al caniche de la pareja, de
nombre Churri, bajo el fregadero de la cocina, con ataques de severa violencia
sobre su cuerpo. Aparecía cubierto de laceraciones y profundos agujeros de
mordiscos. Temblaba de pies a cabeza y se encontraba encajado en el hueco de
tal manera que tuvieron que proceder a desmontar parte de la grifería y del
mobiliario de su alrededor por temor a arrancarle parte de la piel, que ya
permanecía por algunas zonas precariamente sujeta a su carne. Tanto es así, que
a raíz de sus profundas heridas y por su estado anímico rabioso, se vieron
obligados a llamar a un servicio veterinario cercano, que lo enjauló y se lo
llevó a su clínica para hacer un reconocimiento completo de su estado.
Comunicado urgente (día siguiente al de la noticia):
En el Centro Médico y Forense del Hospital Central de
Sevilla, están conmocionados. A tenor de la pasada noticia que relatábamos ayer
en este mismo noticiario, nos llegan nuevos datos del macabro suceso que lo
hacen aún más inverosímil.
Sin entrar en detalles técnicos, en los cada vez más
extraordinarios informes forenses se
habla de laceraciones desconocidas en el cuerpo del hombre encontrado
muerto en medio del pasillo de la vivienda, sin motivo aparente de agresión por
sí mismo o por terceros, y cuyas heridas se fechan momentos antes de su llegada
al domicilio, se habla también de un estado avanzado (horas, se comenta) de
rigor mortis en dicho cuerpo, se habla de reiteradas convulsiones y de intentos
de reanimación tanto por el individuo en cuestión como por su esposa, que se
está estudiando en el mismo centro.
Y por último y sobre todo, se habla del pánico que se ha
sembrado en el citado centro hospitalario. Un auxiliar forense y dos celadores
explicaron a los medios, tras calmarlos y proceder a su asistencia sanitaria,
que el cadáver de doña Inés, tras reiteradas convulsiones, tuvo que ser
contenido por estas tres personas, pero no pudieron atarlo a la camilla, al
contrario, dos de ellos fueron mordidos y el otro recibió un fuerte golpe que,
textualmente, “me tiró por los aires y aterricé en el lado opuesto de la sala,
llevándome un fuerte golpe en la cabeza y el hombro”.
Más personal del hospital acudió ante los golpes y los
gritos, y consiguieron contener a la mujer y encerrarla en una de las cámaras
frigoríficas para cadáveres del hospital.
Acudiremos lo antes posible al lugar de los hechos para
ponernos al día con más detalles, y poder ofreceros una información más
rigurosa.
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