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jueves, 18 de julio de 2013

Relato: Llamada de socorro



- Pii... Pi…. Piiiii………..pi…. piii…. Piiiiii... (Clic al descolgar el teléfono al otro lado de la línea telefónica).
- Aquí el Servicio de Teleasistencia. Buenas noches, dígame que ocurre.
-  (Tos… carraspeo) Yo... ¿Oiga? Necesito ayuda… (Golpe, tos seca).
- ¿Con quién hablo? ¿Inés? ¿Es usted?
- Sí, soy Inés. Mi marido… Mi marido no…
- Tranquilícese, Inés. ¿Qué le ocurre a su marido? Cuénteme…
- Mi marido… (Ruidos débiles, respiración acelerada)… Mi marido está fuera… está ahí fuera…
- Sí, su marido. ¿Qué le ocurre? Necesito que se tranquilice y que me hable, Inés.
- Sí, sí. Tiene razón. Pero… (Golpe contundente, grito). ¡No puedo! ¡Es mi marido! ¡Ayúdeme!
- No puedo ayudarla si no me dice lo que ocurre. ¿Necesita asistencia médica? ¿Qué está sucediendo en su casa, Inés?
- ¡Está ahí! Por favor, por favor… no creo (su voz se había ido diluyendo entre sollozos y bruscas tomas de aire).
- ¡Inés! ¿Inés? Doña Inés, por favor, no se retire.
- No, no. Ya pasó. Pero tengo que hablar flojo (Dice, sorbiéndose la nariz). Puede volver.
- ¿Hay algún extraño en la casa? Inés, tiene que contarme. Tranquilícese y cuénteme para que pueda ayudarla.
- No, extraños no, es mi marido. (Apenas se la escuchaba). Pero está bien si no hago ruido.
- ¿Qué le ocurre a su marido? ¿Han discutido?
- Está enfadado, muy enfadado. Tengo miedo. ¿Podría llamar a alguien? Necesito ayuda. Ayúdeme, señorita.
- Llámeme Pilar si le es más cómodo. Una unidad policial se dirige a su casa para comprobar que todo vuelva a estar en orden. Pero quiero saber cómo está usted. ¿Está herida? ¿Está físicamente bien?
- ¿Bien? No me haga reír (Risa nerviosa). No puedo reírme, no debe oírme (Vuelve a susurrar. Estoy muy lejos de estar bien. Y la sangre… la sangre.
- Doña Inés, céntrese. ¿Está usted, o su marido, don Mario, heridos de algún modo?
- Herido dice. Señorita (baja aún más la voz, casi no se la oye). Yo estoy herida, él está muerto.
(En los dos lados de la conversación telefónica se hace un incómodo silencio durante unos segundos. La teleoperadora se recompone enseguida).
- Pero, Inés. Si su marido ha fallecido, ¿quién estaba golpeando su puerta hace unos instantes?
(Se oye un grito descomunal, precedido de un sonido grave, dilatado, como de madera astillada en una sala grande y vacía). La chica, Pili, intentando sostener un tono de voz calmada y serena, implora calma a doña Inés e intenta atraerla de nuevo hacia la conversación pero no hay respuesta. Tras varios infructuosos minutos, ya la calma se ha adueñado del otro lado del teléfono, y para bien o para mal, se decide a cortar la línea.

Horas más tarde, una escabrosa noticia es difundida en los medios informativos locales y estatales de mayor difusión, en las secciones de sucesos y necrológicas, y reza así:

La pasada noche, en una apacible urbanización de los alrededores de Chiclana, un municipio de la provincia de Cádiz, ocurrió un hecho trágico que ha conmocionado a toda la comunidad y aún se sigue investigando. A la una y cuarenta  tres de la madrugada, la señora Inés Castillo Parea, vecina de la mencionada localidad de sesenta y seis años de edad, llamó al Servicio de Teleasistencia, servicio al que estaba adscrita gracias al patrocinio del Ayuntamiento junto con el Ministerio de Sanidad en un convenio de colaboración que lleva en activo desde finales del pasado año 2009. En una extraña y confusa llamada telefónica, calificaciones éstas textuales de la teleasistenta que atendió al teléfono a la señora Castillo y que ya ha sido interrogada a tal efecto.
Los hechos, reconstruidos gracias a esta llamada, a posteriores entrevistas realizadas a familiares y a vecinos, y por último, a los informes policiales y forenses, nos relatan la siguiente historia:
Don Mario Pardo Barón, de cincuenta y nueve años de edad, tras cenar con su esposa a eso de las nueve de la noche, y tras ver una película con ella en el salón, procedió como era su costumbre diaria y ante los insistentes ladridos del perro de la familia, a sacarlo de paseo un rato. Testigos variados constatan que lo vieron en su paseo rutinario entre las once y las doce y media, ya de la madrugada. Doña Inés se quedó sola en casa recostada en el sofá y no vio regresar a su marido hasta cerca de la una y media, momento en el que procedieron a acostarse para dormir. Cuentan los vecinos que en ese fin de semana, la hija de diecisiete años, Irene, había acudido a un campamento de verano como regalo por sus buenas calificaciones escolares, y su hijo Arturo, de treinta y un años, estaba de vacaciones con su novia en un hotel de la costa, así que nos recalcan que ese fin de semana estaban solos con su mascota.
El marido volvió raro. Así lo ratifica una vecina que lo saludó en el portal cuando volvía del paseo, y le devolvió el saludo con una mirada furiosa y un gruñido seco.
El resto de los sucesos dentro de la casa son confusos.
La policía llegó al domicilio poco después de las dos de la madrugada, tras recibir aviso del Servicio de Teleasistencia Andaluz, al que doña Inés estaba adscrita, como ya dijimos, por su minusvalía física que le dificultaba caminar  apenas salía de casa. En la llamada dieron advertencia de que la señora estaba confusa y desorientada, y notificaba de una posible disputa familiar a raíz del temor que padecía la mujer, que parecía escondida y aterrorizada, hablando entre susurros, y a consecuencia de los golpes y gritos que escucharon los vecinos y se corroboró con las grabaciones que el servicio telefónico ha aportado como pruebas del suceso.
El domicilio fue encontrado revuelto, totalmente desordenado, como se refleja en el informe preliminar policial. Vajilla rota, sillas destrozadas, manchas de sangre por todo el lugar… Por los destrozos y el estado del lugar, los peritos hablan de un solo alborotador, por lo que se presume que doña Inés efectivamente procedió a esconderse nada más comenzar los sucesos violentos y que no participó en ellos, y se sospecha que la sangre, salvo en lo que se refiere al cuarto donde estaba la señora, era toda de don Mario.
Adentrándose más en la vivienda, la policía encontró indicios más violentos de furia, cólera desatada con una fuerza desproporcionada, hasta el punto de que en el dormitorio del matrimonio y en el cuarto de baño principal apenas quedaban restos de muebles en pie.
Atestiguan los vecinos que vivían más cerca, que los ruidos y los golpes eran descomunales, y que era imposible conciliar el sueño. Incluso algunos intentaron llamar a la puerta para calmar las aguas y llamaron a la policía sin saber que venían ya en camino, pero nadie les abrió la puerta de la casa.
Por último, en el informe forense se aprecia que doña Inés falleció poco antes de llegar la ayuda policial, de una hemorragia cerebral fruto de un fuerte golpe en la zona frontal del cráneo producido por una agresión física de origen desconocido. Lo de origen desconocido, cita textualmente Pedro Cornea, desconcertado, policía local de la provincia de Cádiz, destinado en esta comunidad desde hacía veintiséis años, y que conocía personalmente a esta familia, se debe a que la puerta de la vivienda permaneció cerrada en todo momento, nadie pareció salir o entrar en el citado domicilio salvo el propio matrimonio, y dados los informes y estudios del entorno, todo apunta a que fue don Mario quien arremetió brutalmente contra su esposa y acabó con ella. Y es extraño porque los expertos han constatado que es materialmente imposible, aun si hubiera consumido sustancias químicas o tuviera la adrenalina al máximo, que una persona de esa constitución y fortaleza pudiera propiciar golpes de esa contundencia.
Los que han quedado en entredicho aunque se han repetido varias veces sin margen de duda o error, son los partes forenses, que indican que don Marío llevaba fallecido más de dos horas cuando las autoridades públicas accedieron al domicilio.
Entonces, ¿qué ocurrió en ese domicilio?
También se ha accedido a la grabación de la conversación entre la teleoperadora y doña Inés, en la que se oye a una mujer asustada hasta entrar casi en shock, ante un ataque presumiblemente inesperado, que pota por encerrarse en el baño auxiliar, se presume porque es donde se la encontró, y teme hacer ruidos y elevar la voz por ataques sucesivos que recibe desde el exterior de la habitación, con gran fuerza y contundencia.
Como dato final, se encontró al caniche de la pareja, de nombre Churri, bajo el fregadero de la cocina, con ataques de severa violencia sobre su cuerpo. Aparecía cubierto de laceraciones y profundos agujeros de mordiscos. Temblaba de pies a cabeza y se encontraba encajado en el hueco de tal manera que tuvieron que proceder a desmontar parte de la grifería y del mobiliario de su alrededor por temor a arrancarle parte de la piel, que ya permanecía por algunas zonas precariamente sujeta a su carne. Tanto es así, que a raíz de sus profundas heridas y por su estado anímico rabioso, se vieron obligados a llamar a un servicio veterinario cercano, que lo enjauló y se lo llevó a su clínica para hacer un reconocimiento completo de su estado.

Comunicado urgente (día siguiente al de la noticia):

En el Centro Médico y Forense del Hospital Central de Sevilla, están conmocionados. A tenor de la pasada noticia que relatábamos ayer en este mismo noticiario, nos llegan nuevos datos del macabro suceso que lo hacen aún más inverosímil.
Sin entrar en detalles técnicos, en los cada vez más extraordinarios informes forenses se  habla de laceraciones desconocidas en el cuerpo del hombre encontrado muerto en medio del pasillo de la vivienda, sin motivo aparente de agresión por sí mismo o por terceros, y cuyas heridas se fechan momentos antes de su llegada al domicilio, se habla también de un estado avanzado (horas, se comenta) de rigor mortis en dicho cuerpo, se habla de reiteradas convulsiones y de intentos de reanimación tanto por el individuo en cuestión como por su esposa, que se está estudiando en el mismo centro.
Y por último y sobre todo, se habla del pánico que se ha sembrado en el citado centro hospitalario. Un auxiliar forense y dos celadores explicaron a los medios, tras calmarlos y proceder a su asistencia sanitaria, que el cadáver de doña Inés, tras reiteradas convulsiones, tuvo que ser contenido por estas tres personas, pero no pudieron atarlo a la camilla, al contrario, dos de ellos fueron mordidos y el otro recibió un fuerte golpe que, textualmente, “me tiró por los aires y aterricé en el lado opuesto de la sala, llevándome un fuerte golpe en la cabeza y el hombro”.
Más personal del hospital acudió ante los golpes y los gritos, y consiguieron contener a la mujer y encerrarla en una de las cámaras frigoríficas para cadáveres del hospital.

Acudiremos lo antes posible al lugar de los hechos para ponernos al día con más detalles, y poder ofreceros una información más rigurosa.

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