Hace doce horas que yo, un gaditano de pro de unos cuarenta
y dos años de edad, trabajador (más o menos) y padre de familia, he sido
ingresado de urgencia en el Hospital Puerta del Mar. Por lo que puedo recordar,
lo que sucedió fue, más o menos, como sigue:
-
Mire usted, esto está más apretao que el culo de una
gorda. – Le decía Paco al extranjero que tenía problemas de atasco en el
retrete de la casa que había alquilado.
-
¿Cómo dice? – Le decía el tío estirao con acento
extraño.
-
Que por aquí no cabe ni el bigote de una gamba de
frente, oiga.- Insistía Paco, fontanero de toa la vida, dispuesto a cualquier
arreglillo que le proporcionara ingresos extras.
-
¿Gamba? – Repetía el pobre pringao sin enterarse de ná.
El nota había alquilao por un pastón aquel piso que había
dejao recientemente la difunta María Luisa sin más dueño que un sobrino
espabilao. La propiedad en cuestión estaba en pleno Barrio de Santa María, en
la calle Viento, en el bloque de pisos más feo y destartalao que se haya visto
por la zona, en aquella calle lúgubre y estrecha, eso sí, recalcando en el
anuncio que publicó en interné y en toas las inmobiliarias de Cai que era una
vivienda tradicional, típica y céntrica, cerca al mar. O sea, prehistórica,
ruinosa y con las cañerías en su punto más álguido de ebullición.
Y el sobrinito de marras gastándose los novecientos euros
que le había cobrao al incauto por el alquiler en temporada alta de verano, que
ahora se estaría puliendo en algún chalé en primera línea de playa. Si es que…
-
Le digo, señor Guiri de la Conchinchina, que por menos
de cien pelotes no le arregla esto nadie.
-
Excuse me?
-
Que no meto las manos en mierda por menos de cien
euros, oiga. Y ya usted se las arregla con el dueño. Que esto no es moco de
pavo, ¿vale? Que me queda obra pá rato. Ci-en e-u-ros, ¿me entiende? Y mañana
Ok, todo ok.
El tipo pareció entender, aunque no de buena gana, que le
tocaba apoquinar la pasta, y sacó el efectivo de la cartera. Ya todo el tema
económico arreglao, conseguí echarlo de cuarto de baño con aspavientos y
empujones y procedí a equiparme pá pasar el mal trago. Saqué unos guantes como
los que usa mi parienta pá fregar los platos, hasta casi el codo, y metí la
mano con toa la cara de fatiga. Al fondo se notaba una cosa pastosa y dura, un
engrudo asqueroso, compacto.
-
No veas lo que esconden los de fuera dentro de los
intestinos, este tío ha venío a España a dejar to su porquería. Vaya tela lo
que se ha formao aquí. Vamo, llegaría el tío un mes estreñío, por lo meno.
Salí al pasillo con el guante aún puesto, chorreando mierda
por to el trayecto. Me había dejao las herramientas a la entrada. Tenía que
desmontar to el tinglao porque ahí había más conglomerao que juntando toa la
piedra ostionera de la Bahía. Cogí las herramientas y me metí en el cuarto de
nuevo, no sin intentar antes sin éxito que el friki tiquismiquis me enchufara
un ventilador cerca, más que ná pa alejar las malas pestes que salían del
vater, y las que quedaban por salir.
Sudando como un toro en una corrida (¡uy, que frase más
malinterpretable!), empecé a desmontar con cuidado de no partir “demasiadas”
losas, y al cabo de un buen rato y mucho sudor, desplacé la pieza sin
demasiados incidentes. Un reguero de un fluido pastoso indefinido corría desde
el inicio del bajante hasta donde reposaba actualmente el vater y aparecía
empercochándolo todo por el constante pisoteo de mis propios pies. Bueno, yo no
lo iba a limpiar.
Primero usé una linterna pero aquello era boca de lobo. La
peste era nauseabunda, repugnante, y mira que había desatascao el menda más
váteres que conciertos dio el Maikel Jakson ese en toa su vida.
Cogí un desatascador y ná, parriba-pabajo con movimientos
pajilleros frenéticos, con los sudores recorriéndome la espalda. Me sequé el
sudor con el brazo y... ¡coño! Usé sin querer el brazo con el guante pringao.
Hoy no es mi día, pensé mientras me terminaba de ensuciar quitándome la
porquería con la camiseta, que era blanca cuando se inició el día.
Tras varios ruidos desagradables pareció destaponarse con un
fuerte ¡PLOC! que hizo retumbar toa la casa. Parte del contenido de la tubería
salió vomitao y el olor se desperdigó por la casa. El tipo que me había
contratao asomó la cabeza, abrió los ojos como platos y asqueao-aterrorizao,
salió huyendo pal salón. Mejor así, que no se puede trabajar con mirones, se
desconcentra uno.
Cogí un palo largo que tenía preparao y lo metí por el
hueco, pero a pesar de todo aquello no entraba ni a la de tres. No, si al final
todavía le había pedio poco parné. Pos ná, a meter la mano otra vé. Vaya
mierda…
Y en eso estaba, con la mano dentro hasta más arriba de la
muñeca, empujando algo duro, profundizando más, más, hasta que la masa pastosa
alcanzó el borde final del guante y se coló por dentro. Hoy me toca la lotería,
me dije asqueado, con la cara casi metida en la pringue del sueño. Y noté un
bulto, un bulto gordo que pareció… chillar, moverse… ¡y morder! Joder, hostia
puta, una rata.
Saqué la mano a toa carrera y me quité el guante dolorido.
Tenía una herida profunda, una mordedura. Me enjuagué las manos en el grifo del
lavabo, salpicando porquería por la pared y por el romi, y me sequé to la pasta
esa enfermiza con la toalla bordada. A la mierda el bordao. Estaba asustado por
coger una infección, la rabia o sarna de esa. Cabrona de la rata. Me puse otra
toalla del armarito de enfrente pá cortar la sangre y me agaché con la linterna
pá ver por el boquete, con recelo. Algo me saltó a la cara. La joía rata quería
más.
Forcejeando con ella salí al pasillo, intentando estrujarla
con la otra mano. Mientras resbalaba por la suciedad del suelo y me daba un
golpe en la cabeza, el mierda de bicho seguía atacando hasta que la agarré como
pude y la separé de la cara. Era asquerosa, olía fatal y parecía rara, como…
podrida. De hecho, tenía un trozo de carne menos en el costado y le colgaban
las tripas. Pero seguía mordiendo al aire. Asustao, la tiré lejos hacia el
cuarto de baño y ví, pá mi horror, que en vez de atacar de nuevo, procedía la
muy mamona a alinearse con otras doce o trece amiguitas que, como la primera, con
órganos colgando o con falta de ellos y sin inmutarse por ese hecho, echaban
cojones preparándose pá atacar.
Cogí el palo de desatascar, allí plantao el medio del
corredor en posición de defensa, o yo que sé, acojonao. A la vez, como el
ejército mejor organizao del mundo, atacaron sin piedad. Mi acojone aumentó en
proporción. Al carajo el Canal Plus, veré el fútbol en el bar, como siempre, y
eché a correr como perseguío por la bruja Lola en pelotas. Mala suerte que el
mierda de guiri chungo tropezó conmigo y caímos al suelo y, mientras me volvía
e intentaba quitármelo de encima pá guanajarme a la voz de ya, toas las
asquerosas ratas zombies se me tiraron encima. Y no recuerdo más, sólo que
estoy aquí to vendao, rodeao de tubos y aparatos entre pásticos y precintos,
con una peste a podrío que no se puede aguartar. Lo raro es que tó está limpio
y seco, creo que el podrío soy yo.
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